9.26.2016

El despertar de un Trujillo pujante y en desarrollo


Redacción Trujillo
El Periódico

El mirador comienza desde mucho antes de llegar, con el correr del tiempo y los kilómetros hacia arriba, de pronto el Valle se va cambiando de ropa ante la vista de la poca pero afortunada gente que hoy pasa por los caminos destapados de la vereda La Soledad, a 35 minutos de Trujillo, la mayoría o casi toda, habitantes. Pero las excepciones van en ascenso.

Aunque los linderos del municipio marquen el comienzo del norte de la región, y en buena parte de sus tierras más altas se repitan las escenas del paisaje cafetero que se vuelve una identidad de ahí hasta El Águila, de repente los barrancos y cañones plantados con sembríos ornamentales y matas de café, le dan paso a una ondulación de pastos muy tupidos, que alimentan a vacas manchadas de blanco y de negro; no es que estén pastando en manada detrás de los alambrados, pero sus mugidos son una salpicadura sobresaliente que por momentos las hace parecer frutos en cosecha.

Para llegar al mirador hay que tomar la vía Trujillo-Cerro Azul y al encontrar la señal de tránsito que lo anuncie, girar la derecha. 
Superficie: 221km²;  ubicación: Noroccidente del Valle del Cauca; población: 18.142 habitantes;  gentilicio: 
trujillense.

Son entre 35 y 40 familias las que habitan la cima de esa loma, contando que ahora que todo anda tan tranquilo por esos lares es común ver gente pasar de viaje con distintos destinos: Bolívar, La Primavera, Naranjal, La Tulia, Roldanillo. 
El caserío es tan pequeño que desde algunas casas se puede más o menos advertir lo que sucede en las demás: el sonido metálico de unas cantinas de leche juntándose con buen propósito o la estridencia de los titulares que en tono de alerta bogotano lee la presentadora de un noticiero en la capital del país. 
Trujillo es tristemente conocido por una ola de violencia de asesinatos selectivos, torturas, masacres, terrorismo, entre otros actos delictivos que fueron cometidos por narcotraficantes junto a miembros de las fuerzas de seguridad del Estado.
El alcalde de Trujillo, Gustavo Adolfo González, dice que arriba en La Venecia, o en Andinapolis, la belleza está en el clima y en la arquitectura de las casas. Pero lo más bonito de todo, suele ocurrir entre las tres y cuatro de la tarde, cuando baja una niebla desde la cordillera que lo deja todo blanquito: es un espectáculo de entre 4 y 5 minutos que luego se va desvaneciendo.
El yogur que más se prepara es el de piña, también de mora y de uva, que es muy rico; el queso también es muy bueno y el sabor de una muestra, todavía lejos del punto final, lo confirma en cuestión de bocados. La mayor parte de la producción se distribuye en Tuluá. Pero un fin de semana es posible que haya suerte y se reserve un bloque adicional para vender por rodajas o porciones. Entonces ahí la subida se hará más suave después de comerse un pedazo de queso sobre una tajada de pan; o sobre una arepa, quizás, porque Trujillo fue construido por la colonización caldense y antioqueña que puso los cimientos de muchos pueblos de ahí para adelante en el mapa. De modo que esa es tierra más de arepa que de pan. 
Desde el mirador, la vista alcanza sin esfuerzo hasta Buga, Tuluá, Andalucía, Bugalagrande, incluso hasta Zarzal.
Tienen cancha de tejo, billar, un brinca-brinca para los niños y juego de sapo. No es que ese lugar haya sido pensado como un negocio, pero desde hace tiempo empezaron a reunirse ahí con la familia, con amigos, con vecinos de la vereda, y juntarse se fue volviendo hábito y el hábito anhelo, porque la gente se iba y quedaba con ganas de volver. 
En un salón construido frente al mirador, donde está la mesa de billar y varias sillas para acomodarse de cara al horizonte, suele haber uno o dos racimos amarillos colgando del techo, dispuestos para las visitas. 
Hace unos años, dice el Alcalde, él no conocía de algunos de los rincones más bellos que tiene el pueblo, porque varios de ellos quedan en zonas a las que en otro momento de la historia, no todo el mundo podía subir. Trujillo colinda con el Chocó a través del Cañón del Garrapatas, por donde se sale al río San Juan. Y al ser éste una autopista hacia el mar Pacífico, grandes porciones de tierra llegaron a convertirse en un botín de guerra que de forma atroz se disputaron narcotraficantes, paramilitares y guerrilleros.
“Aquello fue una era de muerte y terror que también salpica a la Policía y el Ejército, y que entre 1986 y 1994 dejó 342 personas asesinadas, en su mayoría campesinos acusados por sus verdugos de auxiliar a la guerrilla. Muchos de los muertos de la Masacre de Trujillo son atribuidos a la mano y las órdenes de Henry Loaiza, el conductor de Willys que nació muy cerca de ahí, en la vereda El Naranjal, de Bolívar, donde conduciendo encontró el apodo que le serviría para toda su vida en la mafia: El Alacrán”.
Según cuentan, un par de calcomanías de ese bicho ponzoñoso adornaban su campero y de ahí salió la chapa. Durante el Gobierno de Samper, el Estado reconoció a 34 víctimas. El Alacrán, tras la rejas, solo a 42.
A unas cuadras de la plaza central, cerca de Alcaldía y en un alto desde donde se ve todo el pueblo, Ludivia Vanegas es la guía y encargada del Parque Monumento Víctimas de Trujillo. A ella, en medio de toda esa confusión de maldad y ansias de tierra, le mataron a su muchacho, Franklin Echeverry Vanegas. Yendo para Puerto Frazadas, la madre encontró el cuerpo de su hijo, el 20 de agosto de 1992. En el Parque Monumento, historias como la suya se van abriendo a través de recuerdos que en distintas formas cuelgan de las paredes: titulares y recortes de prensa ampliados, poemas, fotos de un acto sobre el río Cauca que sirvió a muchas víctimas para empezar un duelo simbólico sobre las aguas que los verdugos también convirtieron en sepultura.
Decían que era una manifestación de Dios por todos los horrores: “se acabó el trabajo en la galería, se cayeron unas casas que había a la orilla de un camino…. Pero usted ahora lo ve todo y el pueblo es otro. Eso es lo que todos queremos. El Parque Museo, que entre lunes y viernes solo cierra a hora de almuerzo, no solo tiene construido un homenaje a las víctimas sino a la vida. El de Trujillo y Trujillo mismo, es un museo a la perseverancia de vivir”.