7.07.2014

Ginebra preservando el arte de la lutería

Redacción Ginebra
El Periódico

A esto, a fabricar instrumentos, se ha dedicado don Arbey en los últimos 45 años, no sabe hacer otra cosa, ha construido charangos, tiples, bandolas, cuatros y violines; ha reparado violas y también se le ha medido a hacer sonar arpas llaneras, mandolinas y hasta guitarrones y vihuelas mexicanas, el alma de las canciones de los mariachis.
El oficio lo aprendió de su padre, don Lizardo, un artesano nariñense, y éste a su vez, del abuelo de Arbey, Hipólito, un ecuatoriano que hace casi un siglo se dio a la tarea de beber con tozudez y buena entraña de la soberbia tradición que ese país tiene en la construcción de los instrumentos propios de la música andina.
De ambos, pues, aprendió don Arbey. También Hernán, Tobías y Orlando, sus hermanos. Todos nacieron en Sevilla, al norte del Valle, a donde llegó Lázaro, ocho décadas atrás, en busca de días mejores.
Los recuerdos van saliendo en un cuarto amplio y ordenado con un olor profundo a madera, está en el segundo piso de la casona donde tiene su sede la Fundación “Canto por la Vida”, que en realidad es una escuela creada en Ginebra, en pleno centro del Departamento, para la formación de nuevas generaciones de músicos que ayuden a mantener a salvo la tradición del Festival de Música Andina Colombiana Mono Núñez.
Ese cuarto en el que hablan don Arbey y sus manos, es donde funciona el taller de lutería de la escuela, ubicada a pocos pasos de la galería del pueblo. Y de este taller, cada tres meses, salen dispuestos a hacer sonar alegres bambucos, torbellinos y pasillos, unos 120 instrumentos de cuerda, entre guitarras, bandolas, tiples, requintos y guitarrillos.
Todos, en corto tiempo, terminan sonando en escuelas de música y festivales de toda Colombia. 
Chicos entre los 7 y los 13 años, que buscan distraer las horas muertas después del colegio, asisten dos veces cada semana para fabricarlos.
Así, poco a poco descubren cómo diferentes tipos de madera cruda, con ayuda de martillos, cepillos, lijas y selladores, van tomando forma hasta convertirse en cada una de las piezas de ese guitarrillo que luego ellos interpretarán: la tapa frontal, los aros, el diapasón y la tapa posterior.
Aprenden que pintar no sólo es enlucir un instrumento. Arbey y Rodrigo dan lecciones de por qué la pintura es tan importante para lograr un sonido afinado como escoger un buen trozo de maderas como el pino canadiense, el ébano, el palosanto, el cedro o el pino abeto, comprenden además la delicadeza con la que deben hacer su labor. 
La escuela “Canto por la Vida” cuenta hoy con 80 estudiantes entre los 7 y los 13 años, y en casi veinte años de actividades, unos 4 mil chicos se han formado en el oficio de la lutería.
Casi todos los que interpretan instrumentos portan el guitarrillo que ha sido fabricado y pintado por ellos mismos. La escuela no sólo diseñó este particular objeto musical, sino la cartilla pedagógica en la que se apoyan maestros de toda Colombia para su enseñanza en otras escuelas. Ellos, al adquirirlo, reciben también un cd con 12 canciones interpretadas con las cuatro cuerdas del guitarrillo, y no con las seis que habitualmente tiene una guitarra.